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Conocimiento situado

Desde sus inicios, tanto los estudios sobre la mujer y el género como la investigación poscolonial han examinado críticamente la concepción predominante de la ciencia y sus fundamentos epistemológicos.

“En sus inicios, denunciaron el carácter androcéntrico y sexista de la
investigación, la invisibilidad y desatención a las experiencias e intereses de las mujeres, la desvalorización de los saberes tradicionalmente asociados a lo femenino, así como las desigualdades de género que tenían lugar en los procesos de producción de conocimiento. Ahora las críticas de las epistemólogas feministas han ido más allá y han llegado a cuestionar postulados positivistas como la neutralidad, la objetividad, la racionalidad y la universalidad de la ciencia. Sin embargo, esta crítica no ha sido un fin en sí misma,
sino una herramienta en pos de una ciencia y una realidad menos discriminadora.” (Biglia y Vergés-Bosch, 2016)

La pretensión de neutralidad de la investigación, en el sentido de independencia de los resultados respecto a quien investiga, ha sido ampliamente cuestionada desde las epistemologías feministas. Las investigadoras han demostrado que una perspectiva supuestamente neutral y universal a menudo contiene un sesgo de género. Este androcentrismo, que implícitamente hace de la masculinidad la norma dentro de la ciencia, lleva, por ejemplo, a que ciertas fuentes como las cartas o los diarios ni siquiera fueran reconocidos como literatura en los estudios literarios durante largo tiempo. Sólo un debate sobre las condiciones de producción de escritores y escritoras, y también sobre las normas de evaluación condujo a una nueva perspectiva sobre la inclusión y la exclusión en el canon de los estudios literarios. A su vez, la investigación poscolonial ha demostrado que el conocimiento presentado como universal no es neutral, sino a menudo eurocéntrico. Por ejemplo, se critica que en la investigación politológica sobre países no occidentales se transfieran a menudo sin reflexión modelos y estándares de países europeos o norteamericanos. Esto es especialmente evidente en temas y conceptos como democracia, progreso o desarrollo.

Una de las respuestas a estas críticas es ofrecida por la epistemología de los conocimientos situados y parciales de Donna Haraway (1995), que reconoce la necesidad de mayor presencia de sujetos minorizados en base a distintas categorías de discriminación estructural en los espacios de producción de conocimiento. Esto deben ser reconocidos como voces válidas, a la vez que se debe analizar de qué manera su posicionamiento influye en el conocimiento producido y favorecer la desviación para que la parcialidad no se configure como un límite sino como una potencialidad. Estos saberes subalternos, como los llaman las feministas decoloniales, tienen valor por sí mismos y, como tal, deben ocupar un lugar válido en los espacios de producción de conocimiento (Espinosa-Miñoso, 2014 en Biglia y Vergés-Bosch, 2016)

Si la producción de conocimiento y los resultados de la investigación se entienden como fundamentalmente situados, las relaciones de poder y la violencia epistémica también seponen inevitablemente en el punto de mira: ¿Quién habla? ¿A quién se escucha? ¿Las preguntas, objeciones, problemas y necesidades de quién se perciben como científicas y se toman en serio? ¿Qué métodos se utilizan para recoger y analizar qué datos?

De la constatación del conocimiento situado se desprende la necesidad de un examen interseccional y crítico del proceso de producción de conocimiento en la investigación y la enseñanza.