El enfoque de la de interseccionalidad desempeñó un papel central en el surgimiento y desarrollo de la investigación sobre género y diversidad en las universidades. Ésta se caracteriza por una clara politización de la investigación y también por una intersección entre los movimientos sociales y la investigación.
Para la investigación y la enseñanza, se deduce que hay que tener especialmente en cuenta la heterogeneidad de los grupos sociales. Las personas no sólo tienen una identidad de género, sino que también son más jóvenes o más mayores, pertenecen a distintas religiones o a ninguna, y tienen distintas orientaciones sexuales. Estas dimensiones de la diversidad o categorías de discriminación estructurales no están desconectadas entre sí ni se suman simplemente de forma inclusiva o excluyente. Las experiencias de discriminación y privilegio tampoco son unidimensionales, sino complejas.
Ejemplo: Los datos sobre la composición del profesorado se recogen en términos de género o nacionalidad. Sin embargo, sólo a través de un análisis interseccional se pone de manifiesto que, para las mujeres y las personas con antecedentes migratorios, el origen social es aún más decisivo en el camino hacia la cátedra que para otras/os académicas/os.
Para el género y la diversidad en la enseñanza, y más específicamente para el contenido de los estudios, la interseccionalidad significa centrarse repetidamente en los entretejidos e intersecciones del género y las diversas dimensiones de la diversidad para evitar la homogeneización y tener en cuenta la complejidad real de un fenómeno o experiencia. Por ejemplo, esto es de suma importancia a la hora de presentar datos y o estadística con perspectiva de género, y no caer en prácticas homogeneizadoras.
Desde sus inicios, tanto los estudios sobre la mujer y el género como la investigación poscolonial han examinado críticamente la concepción predominante de la ciencia y sus fundamentos epistemológicos.
“En sus inicios, denunciaron el carácter androcéntrico y sexista de la
investigación, la invisibilidad y desatención a las experiencias e intereses de las mujeres, la desvalorización de los saberes tradicionalmente asociados a lo femenino, así como las desigualdades de género que tenían lugar en los procesos de producción de conocimiento. Ahora las críticas de las epistemólogas feministas han ido más allá y han llegado a cuestionar postulados positivistas como la neutralidad, la objetividad, la racionalidad y la universalidad de la ciencia. Sin embargo, esta crítica no ha sido un fin en sí misma, sino una herramienta en pos de una ciencia y una realidad menos discriminadora.” (Biglia y Vergés-Bosch, 2016)
La pretensión de neutralidad de la investigación, en el sentido de independencia de los resultados respecto a quien investiga, ha sido ampliamente cuestionada desde las epistemologías feministas. Las investigadoras han demostrado que una perspectiva supuestamente neutral y universal a menudo contiene un sesgo de género. Este androcentrismo, que implícitamente hace de la masculinidad la norma dentro de la ciencia, lleva, por ejemplo, a que ciertas fuentes como las cartas o los diarios ni siquiera fueran reconocidos como literatura en los estudios literarios durante largo tiempo. Sólo un debate sobre las condiciones de producción de escritores y escritoras, y también sobre las normas de evaluación condujo a una nueva perspectiva sobre la inclusión y la exclusión en el canon de los estudios literarios. A su vez, la investigación poscolonial ha demostrado que el conocimiento presentado como universal no es neutral, sino a menudo eurocéntrico. Por ejemplo, se critica que en la investigación politológica sobre países no occidentales se transfieran a menudo sin reflexión modelos y estándares de países europeos o norteamericanos. Esto es especialmente evidente en temas y conceptos como democracia, progreso o desarrollo.
Una de las respuestas a estas críticas es ofrecida por la epistemología de los conocimientos situados y parciales de Donna Haraway (1995), que reconoce la necesidad de mayor presencia de sujetos minorizados en base a distintas categorías de discriminación estructural en los espacios de producción de conocimiento. Esto deben ser reconocidos como voces válidas, a la vez que se debe analizar de qué manera su posicionamiento influye en el conocimiento producido y favorecer la desviación para que la parcialidad no se configure como un límite sino como una potencialidad. Estos saberes subalternos, como los llaman las feministas decoloniales, tienen valor por sí mismos y, como tal, deben ocupar un lugar válido en los espacios de producción de conocimiento (Espinosa-Miñoso, 2014 en Biglia y Vergés-Bosch, 2016)
Si la producción de conocimiento y los resultados de la investigación se entienden como fundamentalmente situados, las relaciones de poder y la violencia epistémica también seponen inevitablemente en el punto de mira: ¿Quién habla? ¿A quién se escucha? ¿Las preguntas, objeciones, problemas y necesidades de quién se perciben como científicas y se toman en serio? ¿Qué métodos se utilizan para recoger y analizar qué datos?
De la constatación del conocimiento situado se desprende la necesidad de un examen interseccional y crítico del proceso de producción de conocimiento en la investigación y la enseñanza.
Si adoptamos una perspectiva crítica respecto a los procesos y resultados de la producción de conocimientos, llegamos necesariamente a cuestiones problemáticas sobre la formación del canon. La cuestión de lo que cuenta como canónico depende de lo que se reconoce como conocimiento central de una disciplina y lo que no. ¿Cuáles son los criterios y las normas de evaluación? ¿Qué autores/as y obras se consideran canónicos y cuáles quedan al margen de la materia? Estas son, sin lugar a dudas, preguntas que se relacionan con el poder desde múltiples puntos de vista.
Los estudios de género han deconstruido críticamente el canon científico dando cuenta de la doble exclusión a la que son expuestas las mujeres. Por un lado, apenas han estado presentes como productoras de conocimiento y, por otro lado, los horizontes de posibilidad de las mujeres están marginalmente representados en el conocimiento o moldeados por la interpretación masculina (Bidwell-Steiner, 2006).
Tras exponer las formas de normalización y exclusión, la crítica del canon puede ampliarlo o deconstruirlo afirmativamente. Este enfoque puede aplicarse tanto a la diversidad como al género. ¿Quién decide lo que debe o no ser canónico? ¿Qué consecuencias tiene esto para el ámbito de investigación y la disciplina? ¿Qué conocimientos forman parte de la socialización de quienes se forman en el campo y cuáles sólo se encuentran por casualidad o buscándolos? ¿Qué formas de conocimiento se aprecian? ¿Qué formas se devalúan? (Como la historia oral o las experiencias de discriminación).
En última instancia, a pesar de las reservas justificadas, no podemos evitar por completo tomar decisiones sobre el conocimiento canonizado, por ejemplo, al crear bibliografías o diseñar programas de estudio. La selección de las listas de lectura de los cursos también contribuye a ello. El reto de integrar el género y la diversidad reside en la autorreflexión sobre estos temas y en abordar las relaciones de poder en la formación del canon en su enseñanza.