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Discriminación a través del lenguaje

Uno de los aspectos comunes en la mayoría de los idiomas con marcas de género es el uso genérico masculino el lenguaje. Esto quiere decir que el género masculino se usa como forma “inclusiva” o “genérica”, mientras que el femenino es “exclusivo”, es decir, se refiere solamente a las mujeres. La utilización genérica o neutral del género masculino se ha percibido en muchas ocasiones como una discriminación contra las mujeres (Parlamento Europeo, 2018).

El lenguaje sexista, por su parte, ha contribuido durante siglos a establecer relaciones de desigualdad entre los géneros. En castellano existen una serie de mecanismos verbales mediante los que la discriminación de género, directa o indirectamente, se recrea, reproduce y mantiene; y ello es así porque tales mecanismos operan reflejando, construyendo, perpetuando y naturalizando el sexismo y el androcentrismo (Bengoechea, 2003 en Instituto de la Mujer Castilla – La Mancha, 2020).

Cabe mencionar que en muchas ocasiones son las propias palabras las que son sexistas y androcéntricas, pero en la mayoría de las ocasiones es el uso que las personas hacemos de ellas lo que las hace sexistas y discriminatorias.

Uso de imágenes

Un aspecto importante en lo que refiere al lenguaje tiene que ver también, de forma cada vez consciente, con el uso de imágenes. En los folletos, en las páginas web, en las presentaciones, a menudo se utilizan imágenes para representar personas o situaciones. Aquí ocurre lo mismo que con el lenguaje: las representaciones pictóricas influyen en nuestra percepción de la realidad. Pueden reproducir estereotipos y discriminaciones, pero también abrir nuevas perspectivas y cuestionar ideas normativas. Por tanto, una revisión de las imágenes también es importante para una enseñanza con conciencia de género y diversidad.

Uso de lenguaje sexista o androcéntrico

De acuerdo al Curso “Comunicación incluyente, no sexista” del Instituto de la Mujer Castilla – La Mancha (Instituto Canario de la Mujer, 2007) existen distintas situaciones en las que consciente o inconscientemente, utilizamos un lenguaje sexista o androcéntrico (selección):

  • Cuando nombramos y representamos a las mujeres a través de los hombres, por medio de denominaciones masculinizadas.
  • Cuando seguimos llamando al hombre “el cabeza de familia”, vestigio de un sistema de base económica y social patriarcal.
  • Cuando usamos el masculino genérico omnicomprensivo, tanto en singular como en plural.
  • Cuando nombramos sistemáticamente en primer lugar a los hombres y en segundo lugar a las mujeres.
  • Cuando atribuimos a las mujeres cualidades propias de animales o valores o características humanas que hacen referencia al rol social estereotipado que las ha mostrado como débiles, caprichosas, ignorantes, sumisas, manipuladoras, sometibles, victimizables, etc.
  • Cuando vulgarizamos la cita de una mujer anteponiendo el artículo “la” a su apellido, lo que no se hace con la cita de hombres.
  • Cuando no otorgamos a las mujeres, mediante la sanción académica del diccionario y los documentos jurídicos, los títulos de ejerciente de profesiones o cargos públicos o titulares de derechos y obligaciones que por derecho les corresponden.
  • Cuando seguimos aceptando que los argumentos academicistas en contra de la revisión crítica del lenguaje con perspectiva de género utilicen arbitraria e inconsecuentemente razones como la pureza del idioma para no admitir denominaciones gramaticales femeninas para actividades que las mujeres vienen ejerciendo desde hace decenas de años, en tanto que masculinizan, sin ningún reparo, términos gramaticalmente femeninos, cuando es un hombre quien es el sujeto de la actividad.

Lenguaje no-verbal

También el tono, timbre, frecuencia de ocupación del tiempo, estilo discursivo, oportunidad de uso de espacios discursivos, públicos y privados, imágenes, gestos, lenguaje denotativo y lenguaje connotativo, lenguaje simbólico, puede dar cuenta de un uso sexista del lenguaje, por ejemplo:

ü  Cuando el tono de voz masculino se acata y se asimila a firmeza, poder y autoridad, en tanto que el femenino se menosprecia, peyora y ridiculiza como insignificante, carente o débil.

  • Cuando interpretamos y acatamos la fuerza del discurso por cómo se dice y no por lo que se dice.
  • Cuando no valoramos el estilo dialéctico y discursivo femenino como un valor de liderazgo, planificación, organización, capacidad de negociación y gestión, mientras que acuñamos en cambio en positivo el estereotipo masculino de fuerza, dominación y agresividad empresarial.
  • Cuando nos dirigimos sistemáticamente al hombre en una pareja, familia, escuela, universidad, institución pública, empresa, sociedad de intereses, sea cual sea ésta, en lugar de a la mujer o a ambos, para que respondan o participen.
  • Cuando no denunciamos la publicidad sexista que utiliza el cuerpo, la imagen y los estereotipos femeninos para vendernos un producto.
  • Cuando seguimos utilizando refranes, dichos, coplas e imágenes que estereotipan a la mujer con un perfil de personalidad que no se corresponde, ni con nuestra sociedad y cultura actuales, ni con nuestro sistema jurídico democrático, y que atentan contra la integridad, dignidad y libertad humanas, transmitiéndose así a las generaciones futuras.

Por omisión


Y, por último, también es posible que se haga uso de un lenguaje sexista o androncentrista por omisión o dejación ética:

  • Cuando no visibilizamos la actividad de las mujeres o sus obras en fuentes literarias, históricas, en materiales didácticos, en citas, en estudios, en bibliografías.
  • Cuando se habla de las mujeres o en nombre de las mujeres, pero las mujeres no hablan por sí mismas.
  • Cuando son los hombres quienes hablan en nombre de las mujeres, en su representación (padre, marido, hermano, hijo, políticos, teóricos), o sobre las mujeres.
  • Cuando se les quita a las mujeres la voz, la palabra y el espacio para definirse y representarse.